De Raices y Cultura
No suelo hablar de mi padre. En realidad, jamás hablo de él. Tengo una idea muy lastimada de la relación familiar, en parte por mis ideas abstractas de la libertad, pero más que nada debido a la dura relación con él. Nunca hemos sido muy tiernos, ni mis abuelos lo eran, así que es por demás comprensible. Hablamos poco, y generalmente siempre acerca de asuntos académicos o laborales. En pocas ocasiones hablamos de lo que sentimos, y nunca es con una sonrisa en los labios. Al parecer, solemos lubricar nuestras emociones con inmensas cantidades de agresividad y conflicto, pero de alguna manera, así es como solemos comunicar nuestras emociones, con una pelea intensa.
Los teóricos de la psicología posmoderna pensarían que es una cuestión de patologías mentales, pero que saben ellos de mi familia. Todos tienen sus maneras, y es lo que no alcanzan a entender los pensadores de nuestra época, cuando intentan encasillar a la sociedad entera en esquemas abstractos. Nosotros peleamos, es nuestra manera de manifestarnos. Somos una familia de conflicto, y dado que cada quien lleva sus propias guerras en su entorno, sería impensable que no las lleváramos al interior del hogar.
Por esas guerras, prácticamente nos hemos perdido entre nosotros, y es que aunque tengamos costumbre no somos de acero, aunque lo aparentemos. lo cierto es que mi padre tan frágil como yo, o tal vez más. Me imagino a mis abuelos, de escuela dura y conducta reprochable y liderazgo incuestionable, luchando entre sí. Mi padre recuerda con claridad el día que mi abuelo Enrique llegó a la casa donde mi abuelo Mario y mi padre trabajaban, aludiendo que eso solían hacerlo entre cuarenta personas en su tierra. Mario, con gran habilidad, le respondió que en esta ocasión lo podrían hacer entre tres.
Creo que así podría resumir la personalidad de ambos, mi Enrique agrediendo y Mario maniobrando. Enrique estableciendo, y Mario configurando. Ambos eran similares, fumaban, trabajaban sin mostrar cansancio, pero sus personalidades eran opuestas por completo. El primero priísta y maestro al servicio del Estado, y el segundo panista y profesionista independiente, preocupado por evitar los impuestos derrochables del gobierno. Ambos se fueron del mundo víctimas de sus vicios, y dejaron a mis padres y a mi hermano y a mi, alejados de su conocimiento. De Mario recuerdo sus cintarazos, de Enrique que me llevaba siempre en brazos mientras hacía donas de humo con su cigarro.
No imagino la dificultad de sintetizar esas mentalidades tan diversas, los opuestos de nuestra cultura, en una familia. Pero no puedo engañarme por mucho tiempo, pues no puedo negar que esa síntesis se encuentra en mi persona. Y es ahí donde vuelvo a pensar en mi padre, y me imagino lo difícil que habrá sido para el tener un hijo como yo, y seguramente, considerando su inteligencia, no fue al azar. Tal vez eso explica que ya con el hecho de traerme al mundo se sienta satisfecho, y nunca se haya preocupado por apoyarnos demasiado, a mi hermano y a mi, en el transcurso de nuestras vidas. Solo lo indispensable, según el mismo.
Y en verdad que así lo hizo, junto a mi madre, nos dieron vida y después nos dieron libertad para usarla en lo que quisiéramos No somos niños normales, por más que muchos opinen lo contrario. Somos algo fuera de margen, tanto que no nos sentimos obligados a contribuir con la sociedad y nos hemos especializado en jugar con ella, y de ella servirnos. No somos ni trabajadores, ni esforzados. En contra parte, somos brillantes y creativos. Y en esta parte vuelvo a diferir de los teóricos posmodernos, que dicen que todos tienen las mismas oportunidades. Caray, si eso fuera verdad este mundo ya no existiría. Pero es la tendencia cultural, a la tolerancia y el respeto, tienen que decirlo, si no lo dijeran la ONU no promovería sus libros caros.
Con esta tarea masiva, de sintetizarnos a mi hermano y a mi, creo que desgastamos tanto a la familia, que, satisfechos, se dedicaron a disfrutar de la vida como pudieron.
Ahora nosotros tenemos al mundo frente a nuestros ojos, listos para morderlo como sabemos, y pienso en mis abuelos y en sus fundamentos y actitudes. Los niños de ahora son débiles y nosotros prácticamente somos inquebrantables. Un doloroso regalo, pero regalo a fin de cuentas. Y en mi padre que, haciendo aparentemente nada, en realidad se dedico a hacerlo todo, como debería ser, para lograr algo para su familia y su época, y más a un, un proyecto para esta tierra, Nosotros.